La acompañó al cementerio de Guayaquil
en lo alto de un cerro
a visitar la pobre tumba de su hija.
El día estaba luminoso,
pero era difícil distinguir
un recuerdo de otro en aquel lugar
y regresaron
alegremente acalorados.
Después bebieron cerveza
y terminaron en el hotel El Cisne:
él nunca vio sábanas tan oscuras
y jamás escuchó semejante lluvia
mientras volaba su juventud
sobre el pequeño cuerpo de ella.
Volvió pronto a Santiago en busca de trabajo,
al despedirse no tenía nada para regalarle
salvo una cigarrera de metal dorado
que ella recibió feliz como recuerdo.
Así término su primera salida,
fue el más audaz en su grupo de amigos,
todos inocentes funcionarios públicos
luego del golpe del 73.
Algún tiempo después, el recibió una carta
-que nunca contestó-
en que ella le pedía disculpara su letra
y por no saber
donde comienzan o terminan las palabras.
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