Era una mañana azulejo,
cargada de valentía mesurada,
la penumbra ascendía con ingenio,
diverso a nuestro resplandor.
Solía cantar melodía,
cargada de esperanza cotidiana,
historia divina reencarnada,
adoquinada en nuestro pasado.
Cuanto quisiera abrir esa ventana,
encubrir el visillo de tu corazón,
sembrar una oración litúrgica,
para ti, para mi,
para consolar nuestro dolor.
Os no te haz dejado,
vuestro llanto enriqueció,
la morriña de Ícaro,
descendiendo al mar.
De ese laberinto vuestro yugo emancipasteis,
quebradizos de emanación,
al cometa Hailey entregasteis,
efluvio de empatía solar.
Yo me sentía solo,
injerto de esperanza deploraba vuestra ausencia,
Lagrimaba tu estar,
sondeaba los perímetros albergados de tu existencia.
Partiendo con Josefo anuncie la destrucción de Jerusalem,
Llame a Guillermo a conquistar la tierra Inglesa,
Y yo no era mas que un pasajero,
Un viajero con cicatriz,
Llevaba en mi pecho testamentos,
testimonios de la verdad.
Aquí quemando debajo de las estrellas,
te espero setenta y cinco años mas.
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